En estos días donde los medios de comunicacion nos alarman de rebotes en cualquier rincón de la geografía nacional , el escritor y geógrafo Carlos Parejo nos hace la cuarta entrega de ” Crónicas de la pandemia…”. Carlos desde su atalaya sevillana y trianera de la calle Castilla, analiza de forma burlona el cambio de comportamiento de los ciudadanos,manias y comportamientos que quizas hayan venido para quedarse definitivamente. Difruten del artículo, y compartalo.
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Cuando volvemos de las compras, ya no colocamos la bolsa en la encimera, sino en el suelo. Y una vez la hemos vaciado, la rociamos con gel desinfectante y la enviamos a la lavadora y a la secadora durante un ratito bueno.
Antes de empezar a cocinar repasamos el escenario, pues miles de microorganismos pueden estar esperándonos en las manchas de grasa, suciedad y restos de comidas anteriores. Ponemos los trapos de cocina en un barreño y sacamos otros nuevos, los de la nueva semana. La encimera ha de quedar limpísima y brillante, como la patena de un cáliz sacerdotal. Para ello, mojamos la encimera con agua templada y luego le aplicamos un producto de limpieza y la secamos bien. En el frigorífico hemos ordenado los productos cocinados arriba y los alimentos frescos abajo, por si gotean. Los alimentos más antiguos los tenemos más visibles. Éstos serán nuestra próxima y obligada comida, si su fecha de caducidad no recomienda que pasen directamente a la basura. Y lo que tiene mal aspecto se tira a la basura, no vaya a haberse llenado de virus.
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Suena muy triste, pero en estos tiempos no podamos embalsamar ni embellecer los rostros de las personas amadas que se nos van muriendo, ni siquiera verlos por última vez. Éstas son envueltas en sudarios más gruesos de lo habitual y después se están introduciendo sus cuerpos en ataúdes, que se sellan y quedan con la tapa cerrada, en lugar de realizarse un velatorio con la tapa abierta
Los hombres astronautas –por el aspecto que tienen con sus trajes EPI o protegidos- s cargan a los fallecidos en el vehículo de la funeraria de turno, una vez recogen su ataúd de la cámara mortuoria del hospital y lo llevan directamente al cementerio.
Tres de cada diez se entierran a costa de un importante agujero en el bolsillo del familiar (varios miles de euros), y el resto se incinera, que es más económico (sólo gastamos unos cientos de Eurípides), en apenas tres horas, y nos devuelven al finado, encerrado en una pequeña urna verde, con sus restos pulverizados.
En los lugares con más afectados, los sacerdotes están aspergando con agua bendita y dan breves responsos a más de treinta muertos al día, y a ellos sólo pueden acudir tres personas de la familia. El resto del tiempo, los clérigos leen a Platón y relatos de los santos de la Iglesia católica sobre la vida de ultratumba, quizás para ir haciendo cuerpo y espíritu en estas duras jornadas.
Los familiares de los muertos por coronavirus se quejan de que no les dejan ver a sus seres queridos por última vez, ni siquiera depositar ramos de flores en sus ataúdes para que los acompañen en el último viaje.
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Estos días proliferan los anuncios por internet ofreciendo perros a quien quiera pasearlos para así poder salir a la calle y “saltarse el confinamiento. Desde 5 euros la hora y hasta unos 25 se pueden encontrar perros “dóciles” “para salir a dar tu paseo diario sin limitaciones. Hay quien prefiere trucos más arriesgados y divertidos, como pasear perros de peluche o de juguete, pero cuando lo cogen, se arrepienten de inmediato. Las multas por cachondearse de la autoridad son muy elevadas.
Los que pasean a los perros suyos tampoco están exentos de algunos excesos. Hay quien pasea el perro de un extremo a otro de un pueblo, y hay quién lo saca más de seis veces al día. Los pobrecitos canes a los que les tocan estos amos están agotados y deseando que pase el “estado de alarma”.
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Darse ánimos mediante improvisadas fiestas efímeras alivia a los españolitos la presión de quedarse en casa todo el día, para prevenir el coronavirus. A eso de las ocho menos cuarto, el vecino Guardia Civil pone su radiocasete a todo volumen, para que se escuche en toda la manzana de pisos. Y repasa algunos de los éxitos musicales del momento, tal como le ha informado su hija de trece años. A los ocho menos cinco suena el himno oficial contra la pandemia, “Resistiré” del Dúo Dinámico. Y a las ocho en punto el Himno de España, momento en que pasa por la calle cada día un vehículo de emergencias tocando rítmicamente sus sirenas (la ambulancia, la policía local o la policía nacional)- como él tiene previamente pactado con cada uno-. Entonces es cuando atronan los aplausos de los vecinos asomados a las terrazas, que recompensan así a la labor de estos profesionales que velan por todos.
Pasado ese momento de euforia, va cediendo la pleamar de emociones del vecindario. El vecino pone música suave otro cuarto de hora, de películas románticas. Y la gente se va retirando adentro de sus hogares. Aunque hay quien más noctámbulo, aprovecha para hacer gimnasia en la azotea mientras se pone el sol, o para dar un último paseo a su perro.
Sevilla, 20 de julio de 2020
Carlos Parejo Delgado, geógrafo, escritor y consultor
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