Hoy publicamos la tercera entrega de las Cronicas de la Pandemia… de Carlos Parejo Delgado, donde el autor nos describe detalles cotidianos. El descubrimiento de que convivimos en la ciudad con numerosas aves, que forman parte del entorno urbano, la solidaridad del mundo rural elaborando mascarillas, y la higiene llevada a una situación casi enfermiza…¡¡¡Que lo disfruteis….!!!!
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Un ánade real se está bañando, por primera vez, en la fuente de la rotonda urbana frente al Estadio Benito Villamarín, mientras que dos pavos reales marchan lenta presumidamente por el Paseo de la Palmera. Aves emigrantes, como las garzas reales, se han parado a darse un pequeño descanso en las deshabitadas orillas del río Guadalquivir, y conviven junto a sus lejanos primos, los patos domesticados.
Los cernícalos se dan largos paseos por los techos de la Catedral, ante la ausencia de esos seres humanos que llaman turistas; El gorrión nos levanta cantando con más fuerza, menos intimidado por la contaminación sonora. Las palomas, los estorninos y otros pajarillos de nuestra manzana de pisos o de nuestra calle se observan con más rotundidad que nunca; podríamos contarlos uno a uno. Ante la escasez de restos de comidas en los veladores, acuden alborozados a los alrededores de aquella mujer que les echa migas de pan.
A raíz del coronavirus, diversos países del mundo como China, se han planteado prohibir el consumo de carne de animales salvajes. ¿Y que sería entonces de los inmensos cotos de caza de Andalucía? ¿Se cazaría simplemente por diversión y deporte, o se acabaría finalmente con esta costumbre heredada del paleolítico?
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En los pueblos sevillanos, la crisis del CORONAVIRUS es otra cosa. Por poner un ejemplo, una población de diez mil habitantes tiene un grupo de voluntarios de cincuenta personas que fabrican semanalmente mascarillas, gorros y delantales, poniendo a esta disposición sus máquinas de coser y sus conocimientos de costura. El Ayuntamiento se encarga de dar instrucciones sobre la forma de elaboración, así como de la distribución de los materiales necesarios para la realización de cada una de ellas (tela, elásticos…), la recogida en los domicilios y la entrega del trabajo final en los destinos indicados. Una vez confeccionados, los desinfectan entre el veterinario y los funcionarios del Centro de Salud.
Estos lotes higiénicos ya se los han repartido a los comerciantes, mujeres que trabajan en ayudas domésticas y a todos los mayores que viven en las residencias de ancianos, y se les quiere proporcionar también al resto de lugareños mayores de 65.
Por si fuera poco, todas las calles y callejones del pueblo se desinfectan semanalmente. Aquí, en estas humildes y modestas poblaciones, la palabra solidaridad se escribe con letras mayúsculas, a diferencia de la capital.
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Nunca antes habíamos sido tan higiénicos y, especialmente, en el cuidado de nuestras manos. Salimos a la calle y comenzamos a sentir temor. Gérmenes y virus nos esperan adheridos a las barandillas de escaleras, botones de ascensores, barras de metro o autobús, y en el manejo de billetes y monedas. Hay establecimientos que te obligan a pagar con tarjeta de crédito; Y en otros tienes que comprarlo todo con guantes de vinilo. Coger las verduras y frutas y meter cada una en su bolsa de plástico, con tus manos plastificadas, se vuelve un ejercicio de cálculo y precisión digno de malabaristas.
Por supuesto, cuando paseas por la calle, nada de estrechar las manos como saludo ni de darnos abrazos y besos con los conocidos. Y nos tapamos siempre la boca con las manos cuando estornudamos. El clásico escupitajo ibérico ha desparecido también. ¿Volverá? Ojala tarde.
Cuando volvemos a casa dejamos los zapatos fuera de la puerta y los desinfectamos. Lo mismo hacemos con la bolsa de basura. El vecino que sube a pie tres o cuatro escaleras teme no sortear tantos obstáculos en las estrechas escaleras y caerse rodando. El prestiño que soporta es lo de menos, dadas las circunstancias.
Cuando por fin entramos en casa. Nuestra higiénica pareja nos manda directamente al lavabo y aplicamos agua, jabón y un gel desinfectante a nuestras manos, al menos un par de minutos. De hecho, ya hay tiendas donde antes las hemos aplicado un gel desinfectante colocado en la puerta, si no, no se puede entrar.
Me comentaba una amiga que ha dejado de sentir cómo huelen naturalmente sus manos y su olor corporal a sudor, a base de tanta y tanta limpieza.
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